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IGNACIO TOVAR: "MIS FOTOS NACEN DE LA CALMA Y TRANQUILIDAD DEL ESTUDIO"
por Paloma Soriano Publicado el 09 de Marzo de 2015

Con una larga trayectoria, iniciada en torno a la década de los 70, Ignacio Tovar (Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1947), muestra ahora una serie de bodegones fotográficos, un trabajo tangencial lleno de sutileza del que podemos disfrutar en la Galería Rafael Ortiz.

Paloma Soriano. Usted pertenece al elenco sevillano que en torno a los años 70 apostó por alejarse de la tradición y el academicismo, realizando una obra puramente abstracta. La fotografía que realiza, es también totalmente diferente y no mira referentes directos… ¿qué le llevó a coger la cámara?

Ignacio Tovar. Empecé a hacer fotos de los botes y las tarrinas con los colores delante de mis pinturas con una cámara que me dejaron los hermanos D’Acosta. Les faltaba calidad y tanto Sema como Edu me recomendaron que cuidara la luz, que es primordial en la fotografía. Un día les dije que quería hacer fotografías de flores, que estaban quietas, que podía esperar a encontrar el ángulo y la luz adecuados. Pensaba en las flores de Robert Mapplethorpe, que parecen muy sencillas porque no son nada afectadas, se basan solamente en el cuidado exquisito de la luz y en la textura impecable de las superficies. En la exposición ‘El pensamiento en la boca’ que organizó Paco del Río, presenté varios bodegones en los que las frutas estaban delante de fragmentos de mis pinturas. No estaban mal, pero tampoco bien. Faltaba tener en cuenta la luz. Otra vez los hermanos D’Acosta fueron los que me dieron el empujón al regalarme una cámara Fuji X100, que podía darme la calidad necesaria para lo que yo quería. Todo cambió cuando en mi estudio, junto a los elementos que empleo para pintar, decidí instalar una mesa junto a una puerta con cristal translúcido que me proporcionaba una luz perfecta para lo que yo necesitaba. Al principio los bodegones pecaban de excesivos, parecían holandeses, donde no falta de nada, pero poco a poco, y gracias a los consejos de Edu, iba limpiando la mesa y fueron apareciendo las influencias de Zurbarán y Sánchez Cotán.

P.S. ¿Influye de alguna manera el uso de la fotografía en su obra pictórica, o viceversa? ¿Siguen fotografía y pintura, en su caso, la misma senda? ¿Se retroalimentan?

I.T. Creo que no directamente. La pintura y la forma en que decido si una de mis obras está terminada puede ayudarme a ver una fotografía, aplicando mi experiencia y mi método en la pintura. Este consiste en realizar cada obra dependiendo de la anterior, introduciendo cambios en las partes donde me parece que puede caber un desarrollo del tema. Esto puedo trasladarlo a la fotografía, y realizo muchas fotos cambiando muy poco en ellas, girando el florero por ejemplo en varias posturas, para ver, una vez tomada las instantáneas, la que me parece más adecuada o que capta mejor el ambiente que me ha interesado. De todas maneras, la selección la hago pasado bastante tiempo de las tomas, cuando las puedo analizar fríamente o al menos con serenidad. En la pintura tengo que realizar varios cuadros con la misma estructura, introduciendo leves cambios de uno a otro, hasta que llega uno de ellos que en su ejecución aparece algún elemento sorpresivo que me lleva a tomar por ese derrotero. Eso mismo hago con la fotografía, aunque aquí es mucho más rápido. Lo complicado después es decidir la que más me interesa, pero eso es trabajo posterior. Son muchos años pintando y lógicamente la forma de razonar tiene que depender de la que realizo con la pintura. En el futuro no sé lo que pasará.

P.S. Fue durante una visita a ParisPhoto cuando “descubrió” la obra de Laura Letinsky, que le ayudó a aclarar algunos aspectos de su creación. ¿Qué significó ese encuentro?

I.T. Me pareció que era el mismo concepto de bodegón clásico, el mismo que yo podía encontrar en las pinturas de Carmen Laffón por citar una autora contemporánea, pero Letinsky había introducido unos elementos que producían inestabilidad a la vez que estaban perfectamente equilibrados. Los manteles blancos, las manchas propias posteriores a una merienda con niños por ejemplo, pero todo tan colocado en su sitio que me recordaban las pinturas de Cy Twombly, donde todo parece casual pero ni falta ni sobra nada y todas las manchas están en el lugar adecuado y calculado al milímetro. Prácticamente Laura Letinsky había modernizado el bodegón, con ellos habla de la forma de vida actual.

P.S. La serie de bodegones que ahora presenta en la Galería Rafael Ortiz, a pesar de ser novedosos, también tienen mucho de clásico ¿qué repercusión cree que pueden tener en el público sevillano este trabajo tangencial?

I.T. Ahí sí que no soy capaz de dar un vaticinio. Mis amigos, que las conocen, me animan a seguir trabajando, les gustan y creo que si no fuera así serían los primeros que me dirían que siguiera con la pintura y que me olvidara de la fotografía; el resto del público es una incógnita. Me imagino que me relacionarán rápidamente con Carmen Laffón o Teresa Duclós, pero curiosamente, de ellas, lo que más tengo en cuenta es contar como modelos con los objetos que tengo a mi alrededor, los voy dejando como quien no quiere la cosa sobre la mesa. Si no me gusta, los muevo y sigo con otra cosa, como he aprendido de Carmen cuando voy por su estudio. Busco flores silvestres por el campo de alrededor y muchas de ellas me traen recuerdos de la infancia. Para la composición me han servido muchísimo los comentarios que hace ya muchos años le oía a Roberto Luna, pero referidos a la arquitectura. Espero no salir malparado del juicio del público sevillano.

P.S. Estos bodegones hablan mucho de su personalidad. Están llenos de sutileza y calma, mostrándonos que en estos tiempos de aceleración todavía hay lugar para la pausa…

I.T. El ritmo de la gente joven es muy rápido, no tiene nada que ver con el mío. La mayor parte del tiempo que dedico a ver exposiciones, a hablar sobre arte o a tomar unas cervezas es con ellos, me tengo que adaptar porque si no me dejan atrás sin miramientos. Me viene bien para no envejecer prematuramente, pero cuando llego al estudio y estoy solo, le doy todo su valor a la calma, a la visión reposada, a disfrutar del paso del tiempo. Me gusta hacer fotos con las mismas flores cuando están recién cogidas y después, cuando empiezan a ponerse marchitas. Las dejo secas a mi alrededor y las empleo constantemente en mis bodegones. Al fin y al cabo el bodegón barroco es un símbolo de lo efímero de la vida, una Vanitas.

P.S. Son un claro ejemplo de que no hay que ir lejos para encontrar materia para la creación, simplemente hay que saber mirar lo que hay a nuestro alrededor con atención y reflexión…

I.T. Por supuesto. Todo está ahí a nuestro alcance, solo hay que saber mirar y tomar lo adecuado para contar lo que queremos.

P.S. Además, la luz resulta esencial en su construcción. ¿Son imágenes espontáneas, o de alguna manera premeditadas?

I.T. Realmente lo que hago es poner cosas sobre la mesa, sin componer premeditadamente. Me pongo a hacer otra cosa y cuando vuelvo a mirar, compruebo si aquello me interesa, o hay algo que me estorba. Si es así lo quito, cambio lo que me parece de forma descuidada y, normalmente, lo que queda mejor es cuando algo no pensado cae en su sitio y lo centra todo. Por eso cuando algo me parece bien cambio algún elemento pero dejo todo lo demás igual, para ver qué ocurre en esta nueva ocasión. Son descuidados, pero muy calculados. Tienen que coincidir para que todo quede bien.

P.S. Aunque es fácil relacionar estos bodegones con las naturalezas muertas de Sánchez Cotán y la obra de Teresa Duclós, entre otros, realmente la que más ha influido sobre ellos ha sido Carmen Laffón, a la que le une una gran amistad. ¿Qué es lo que le llamó la atención de su obra y su personalidad? ¿De qué manera repercute en sus fotografías?

I.T. He estado algunas veces en su casa tomando café por la tarde y cuando nos levantamos, en más de una ocasión, si hacemos el intento de recoger los cacharros y llevarlos a la cocina, nos lo impide porque ha visto algo que le puede interesar. Muchas veces va dejando cosas por la casa descuidadamente, o por el estudio. En cualquier momento puede saltar la chispa. Siempre son objetos que han sido usados, que tienen el recuerdo de esas personas, que pueden rememorar unos momentos vividos en compañía. Actualmente sus grandes esculturas son lo mismo, objetos sin categoría estética por sí mismos que adquieren su propio valor al establecerse un equilibrio entre ellos que evoca el sentimiento de algo vivido. Eso me sirve de ejemplo, sin que su influencia sea de algún modo concreta. Yo compro fruta para llevar a casa, pero antes la llevo al estudio y trato de sacarle partido. Veo a través de mis fotografías como se suceden las estaciones al cambiar el tipo de fruta según pasan los meses.

P.S. Desde que en 1985 entrase a trabajar en el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla, siempre se ha relacionado con la gente joven. No en vano, Usted organizó una conocida exposición como ‘Ciudad Invadida’ a mediados de los ochenta para llevar aire nuevo al museo. Seleccionó entonces a veinteañeros como Curro González, Abraham Lacalle, Guillermo Paneque, Rafael Agredano, Salomé del Campo, Pedro G. Romero, Patricio Cabrera, José María Larrondo… todos hoy conocidos artistas… ¿Cómo ve el panorama artístico emergente en general? ¿Qué diferencias y similitudes encuentra con aquella época de ‘Ciudad Invadida’?

I.T. Ilusiones las mismas, pero hoy a través de Internet hay muchísima más información al alcance de todos. Antes solo algunos veían las revistas de arte especializadas, pero ahora todo está al alcance de la mano. Esto es bueno porque se vuelve a comprobar que si la información es imprescindible, lo que de verdad importa es el uso que cada artista hace de ella. Si ahora tuviera que hacer un nuevo ‘Ciudad Invadida’, tendría muchísimas dificultades para hacer la selección. De hecho algo parecido se hizo con ‘Que vienen las bárbaros’, y hubo que dar muchísimas vueltas para cerrar la lista de participantes, porque hay muchísimos más artistas. Quizás entonces había unas tendencias muy fuertes que marcaban el camino para la mayoría y sólo algunos se salían de esas sendas muy obligadas por el ambiente artístico y el éxito de algunas figuras destacadas del momento. Ahora nadie se siente presionado para hacer esto o lo otro y estar al día. No ha desaparecido del todo, pero tiene muy poca importancia comparado con lo de entonces.

Lo que sí ocurre en estos momentos es que hay mucha gente joven de muy buena calidad, en pintura, escultura-instalación, fotografía..., porque ahora los límites entre estas disciplinas ni están claros ni se tienen en cuenta para juzgar sus trabajos. No sé si debería decir algunos nombres y si lo hago seré injusto callando otros porque son muchos los que me interesan, pero cuando los vea les tendré que pedir disculpas diciéndoles que era a ellos a los que me refería. Hay algunos que voy a decir, como Sonia Espigares, Ana Barriga, Gloria Martín y José Carlos Naranjo, pero la lista es enorme, por suerte.

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PRESENTE CONTINUO - Sevilla (España) - 2015 - ISSN 2444-5231
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