INMACULADA SALINAS > Una hora es invisible
Galería Rafael Ortiz - Sevilla
Hasta el 8 de enero de 2015
Una ficha es un documento donde se consignan los datos más relevantes de algún objeto, evento o cualquier cosa de la que se quiera tener control. Que Inmaculada Salinas (Guadalcanal, Sevilla, 1967) utilice como referencia este formato en su obra, no es baladí. Precisamente, una de las principales características de su propuesta visual se basa en la sistematización del trabajo diario como estrategia de producción: ciento cincuenta días de estancia en Londres registrados, a razón de uno por día, en dibujo y collage para las series ‘Diario artístico’, ‘Diario Walden’ y ‘150 días gratis’; además de un autorretrato fotográfico diario para ‘Una semana de trabajo’.
El método de registro a través de “fichas” encaja perfectamente con todos los aspectos de su modus operandi. Sin embargo, si nos adentramos un poco en el terreno de las interpretaciones, el vínculo entre idea y forma en la obra de Salinas se hace más fuerte si extraemos, de este sistema, ciertas connotaciones de índole subjetiva. Cualquiera que sea su tipología, la ficha es siempre un reflejo de algo; el apéndice utilitario de aquello que realmente tiene valor. Hay algo de invisibilidad en esta carencia de autonomía en cuanto a que la ficha no existe mientras no exista “lo fichado”.
La idea de aquello que está oculto a los ojos, parece ser para la artista, una metáfora versátil a la vez que fuente fecunda de reflexiones. Muchas de sus propuestas redundan en este ejercicio retórico, especialmente cuando el rol de la mujer está en el centro de sus cuestionamientos. Este último es un tema recurrente en la trayectoria de la artista, por lo que no estará mal encaminado el espectador que identifique una perspectiva de género en sus trabajos.
Afortunadamente la obra de Salinas no se desgrana fácilmente en tópicos. Realmente, la apariencia delicada y simple de sus trabajos contrasta con un denso cúmulo de ideas y divagaciones hilvanadas con el hilo conceptual de la invisibilidad. El propio nombre de la muestra nos pone sobre aviso, y su presentación en sala mediante un sugerente -y acertado- recurso museográfico, nos introduce visualmente al concepto. En la pared, bajo el nombre de la artista, el color casi blanco de las letras se funde con la superficie, componiendo de manera apenas perceptible la frase ‘Una hora es invisible’.
Todo cabe bajo esa premisa, empezando por la propia artista, cuya presencia también parece querer permanecer oculta tras lo visible. Sus experiencias en Londres, su día a día en la capital británica, están veladas a los ojos del espectador y las fichas que componen sus trabajos, son sólo una impronta de dicha estancia. Aquellos ciento cincuenta días de su vida los vemos a través de los ojos de publicistas de periódicos gratuitos y los leemos en palabras de Thoreau y Woolf¹. Incluso, en sus propios autorretratos, Inmaculada Salinas no se exhibe al público. Escondida en su disfraz de hombre, nos da cuenta de un día a día que tampoco es el suyo.
Asimismo, el trazo repetitivo de sus dibujos automatiza el gesto plástico, haciendo desaparecer (o al menos intentándolo) la mano de la artista. Los textos escritos a máquina apuntan hacia esa misma lógica, y los nombres de colores, que se cuelan una y otra vez entre las frases de ‘Una semana de trabajo’, conforman una paleta lingüística de matices que tampoco se ven.
Quizás, una hora para Inmaculada Salinas no sólo es invisible por lo que le toca experimentar como mujer, sino también por lo que le concierne como artista. Después de todo, la labor creativa del artista también es un poco invisible a los ojos de la sociedad.
¹ En las obras ‘Diario Walden’ y ‘150 días gratis’, la artista incorpora discursos literarios de los escritores Henry David Thoreau y Virginia Woolf, respectivamente.