¿Cuándo dejamos de jugar como niños? Despreocupados, entusiasmados, inocentes. Y, sobre todo, ¿por qué? Crecemos, maduramos y esas ilusiones triviales son sustituidas por otros anhelos y deseos, más profundos pero también más ambiciosos, llenos de complicaciones que nos alejan de la sencillez de disfrutar con un simple juego tanto como queramos. Quién no ha encontrado alguna vez un objeto que le ha hecho recordar un instante de su infancia y preguntarse ¿cómo podía ser tan fácil ser feliz entonces? No podemos revivir el pasado por más que lo añoremos, pero sí reflexionar sobre él e intentar transmitir nuestros recuerdos a los demás. Jacobo Castellano (Jaén, 1976) se propone precisamente eso, enfrentar los pasatiempos de niño que ahora contempla y concibe como adulto a través de la memoria, un pilar elemental en su obra. El conjunto de piezas misteriosas e intrigantes, difíciles de descifrar en un primer momento, que presenta en esta exposición supone la reinterpretación particular del tres en línea, el cuatro en raya, los collages o el dibujo, entretenimientos seculares en los que se encierra un conglomerado de referencias vitales y artísticas.
Más allá de la cuestión lúdica, el mensaje que envía el artista alude a una diversión didáctica que marcó su infancia, pues sus padres se dedicaron profesionalmente a la pedagogía. Unión entre educación y esparcimiento que hereda y pone en práctica con su propia experiencia paternal hasta llevarle a plantear una reflexión en torno a esta temática gracias a la comparación de las evocaciones de su propia niñez con la observación directa de la de su hijo. Esta alusión a un componente biográfico en la obra de Jacobo Castellano, se mantiene como una constante, hilando fluida y naturalmente su carrera. No solo se demuestra en las ideas y los conceptos que refleja, sino en todo el proceso artístico. Tres dimensiones se superponen en un resultado final: el recuerdo del pasado, los objetos con los que reproduce sus piezas a partir de su realidad cotidiana como presente y la expresión artística que alcanza como proyecto futuro. Dichos objetos emergen ante él para dar respuesta a la necesidad de plasmar la idea que previamente se ha formado en su mente. Pero no son meras piezas que reutiliza asignándoles una nueva función, para Castellano son elementos con una vida propia anterior a que él los tomara, su intervención es una etapa más en su transcurso vital y esto le lleva de nuevo a la infancia y el recreo. Así, busca reflejar cómo el sustrato creativo se sitúa en la mente del artista y las herramientas para desarrollarlo pueden encontrarse de cualquier forma a nuestro alrededor, tal como los niños gracias a su imaginación crean mundos de fantasía y nuevas diversiones, uniendo juegos simbólicos, dibujos e imágenes mentales que el psicólogo suizo Jean Piaget relacionaba directamente con el desarrollo cognitivo en sus estudios sobre la infancia.
El resultado es la escultura, siempre escultura aun cuando la obra final sea gráfica como en el caso del cubo de Rubik que protagoniza una de las fotografías, pues creó la pieza con una mezcla de polvo de su antigua vivienda y jabón antes de que fuera finalmente fotografiada. Y dentro de la escultura, la materia, las texturas y las superficies en las que la cerámica o la tela, pero principalmente la madera, recuerdan a los materiales del Arte Povera y su observación de las cualidades físicas de los objetos, aunque con Castellano adquieren un significado diferente y más personal por la relación que mantiene con ellos.
Por tanto, los diferentes aspectos del proceso creativo del artista confluyen en el objetivo de dar respuesta a una de sus inquietudes, pues el arte para él es el mecanismo con el que intentar resolver las dudas, que en esta ocasión giran en torno al juego y su participación en la vida del ser humano. No es la ingenua visión de un niño la que se presenta, ni el reflejo de la liberación de tensión para el adulto, sino la reflexión emotiva y melancólica de ambos en un mismo concepto, el Homo Ludens.