MARIAJOSÉ GALLARDO > Creí que era una peli de acción y resulta que es de gente rara
Delimbo Gallery - Sevilla
Hasta el 25 de abril de 2015
La publicidad es un método persuasivo, que utiliza principalmente la imagen para influir en la conducta de las personas. Formas y colores ideados para establecer una relación directa con el receptor, quedar impresos en su retina y producir un impacto en su cerebro: “clic”. El efecto deseado, el justo y necesario para convertirnos en títeres. ¿Fácil verdad?
Muchos personajes a lo largo de la historia se han servido de este potentísimo instrumento para alcanzar unos objetivos no siempre éticos, y Adolf Hitler fue uno de ellos. << La propaganda intenta forzar una doctrina sobre la gente… opera desde el punto de vista de una idea y los prepara para la victoria de esa idea >> con estas palabras describía en su libro ‘Mein Kampf’ (1926) lo que posteriormente se convertiría en uno de los pilares de su estrategia política. Mensajes fuertes y simples, técnicas de la publicidad moderna que fueron el secreto del éxito y propiciaron la consolidación de un líder durante la época de inestabilidad de la República de Weimar (1919-1933) y hasta el fin de sus días en 1945.
Acerca del poder de esta herramienta en un contexto político como el del nazismo es sobre lo que reflexiona la extremeña MariaJosé Gallardo (Villafranca de los Barros, Badajoz, 1978) en su satírica muestra ‘Creí que era una peli de acción y resulta que es de gente rara’, donde el propio título es ya una declaración de intenciones. Un verdadero retablo del mal, en el que los lienzos se multiplican hasta el exceso, saturando el espacio de la forma que nos tiene acostumbrados. Para esta ocasión, las obras se han desplazado hacia las paredes laterales, dejando la central reservada a una de las piezas más características y clarificadoras de la serie: el cartel electoral de 1932 intervenido por la artista. La simple acción de voltear las letras que forman la palabra “HITLER” es sinónimo de irreverencia y mofa hacia un personaje que creyó ser trascendental y se ha convertido en un chiste.
Esta muestra, pretendidamente antiestética, no es más que la deriva lógica de una producción artística orientada hacia el psicoanálisis de la maldad humana: la representación de Hitler como el culmen de la depravación más absoluta. Sin embargo, aunque toda la serie gira de forma evidente en torno al nazismo, existe un interés latente por utilizarlo como ejemplo a partir del cual componer una aguda crítica contra los modelos totalitaristas. Por eso, a Gallardo no le interesa revivir la matanza del Holocausto o el sufrimiento explícito de los campos de concentración, sino que realiza un interesantísimo estudio de los esfuerzos del Tercer Reich por proyectar una inexistente fachada de complacencia humanitaria al resto del mundo, un comportamiento común en todos los gobiernos dictatoriales. Así, la artista representa a través de un profundo sarcasmo, la escalofriante realidad de una persona que se rodeaba de niños, jugaba con su mascota y pintaba muñecos Disney en sus ratos libres, mientras maquinaba algunos de los crímenes más atroces de la historia reciente.
Como protagonistas de una comedia, los rostros caricaturizados y contrahechos del Führer y sus seguidores tapizan el espacio. Para ello, Gallardo se ha servido de todo un repertorio gráfico y una profunda documentación de los hechos que se remonta a sus años de adolescencia y a la pasión heredada de su padre por las crónicas del pasado. Las fotografías de Heinrich Hoffmann –reportero personal del dictador- han sido manipuladas, el alfabeto rúnico adulterado y los símbolos del nazismo sacados de contexto, para crear una imagen tan irreal como la propia mentira orquestada por el astuto ministro Goebbels desde su Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda.
Una revisión pictórica que pasa también por el tamiz de la cultura actual -sello indiscutible de la artista- con referencias directas al cine, el cómic o las nuevas tecnologías. Es capaz de titular la muestra a partir de un comentario de YouTube y hasta componer un “emoticono” con las facciones del dictador. Además, la obturación ornamental heredada del barroco andaluz, junto a los negros y dorados que caracterizan su pintura, se convierten en el escenario perfecto para representar la obsesión megalómana de un líder que se consideraba mesiánico.
Creaciones como ésta parecen convertirse en un alivio, la sátira como medicina para apaciguar los restos de la memoria histórica que todavía -setenta años después de aquel horror- siguen muy presentes. Algunos intentaron utilizar este antídoto incluso de forma paralela, como el inolvidable Charles Chaplin con su película ‘El gran dictador’ (1940), quien a través de este filme realizó una parodia de los regímenes totalitarios que bien se podría trasladar a la actualidad. Sin embargo, si hablamos de estetización de la violencia -algo que a MariaJosé Gallardo le va, y mucho- hay que nombrar al siempre mordaz Quentin Tarantino, quien en su película ‘Malditos Bastardos’ (2009) consiguió arrebatarnos una sonrisa de satisfacción al permitirse la licencia de pasar por la parrilla –figurativa, claro- a un individuo tan “querido” como éste.