Jeanne Moreau, una de las actrices más laureadas de la Nouvelle Vague y musa francesa de muchos de los grandes directores del siglo XX, contaba que una vez había coincidido con Luis Buñuel en un pequeño hotel de París. «Se acostaba todas las noches a las nueve en punto y apagaba la luz, pero nunca se dormía antes de la media noche.» decía. «Una vez le pregunté qué hacía en la oscuridad durante tantas horas y él me contestó: “Pienso... En los insectos y los hombres”».
Desde joven, una de las grandes obsesiones del cineasta aragonés fueron los estudios del entomólogo francés Jean Henri Fabre. Obras como `Recuerdos entomológicos´, donde Fabre hablaba de los hábitos instintivos de los insectos, marcaron su adolescencia y determinaron las inclinaciones de su carrera cinematográfica. Ejemplo claro de ello fue su película `Un perro andaluz´ (1929) donde Buñuel utiliza a los insectos como símbolos del subconsciente en los que sustentar las acciones de sus personajes. Tanto las obras de Fabre como los ensayos de Maurice Maeterlinck -que abordan la vida de la naturaleza y el misterio del hombre- fueron determinantes para la apertura de nuevas líneas en materia de sociología durante el pasado siglo.
Cierto trasfondo sociológico es el que se advierte también en la exposición `Imago´ de Víctor Pulido (Huelva, 1968) en la Sala Cantero Cuadrado de la Universidad de Huelva. Este proyecto, que surge tras el nacimiento de su hija y que ya se atisbó en la colectiva `Relatando (ilustraciones)´ (2011) de la Sala Moreno Villa en Málaga, podría considerarse como la materialización plástica de su amor por la entomología. Sin embargo, como hiciera Buñuel, el interés conceptual de la muestra va más allá de la mera representación del mundo animal, estableciéndose vínculos directos entre este universo y el comportamiento humano de los últimos tiempos. Dicha confrontación no es nueva en la trayectoria del artista, quien ya desveló sus intenciones a través de la serie `Vida perra´ (2007) que pudo verse en ciudades como Sevilla, Madrid o París.
Algo que tampoco resulta extraño en la producción del onubense es el empleo de la instalación artística y el uso conceptual de las escalas. En este caso, gran parte de la sala queda ocupada por una gigante libélula que se muestra imponente al espectador, mientras que la pared frontal aparece cubierta por multitud de pequeñas losas de mármol con dibujos de insectos. Esta relación entre lo “macro” y lo “micro” redunda a su vez en una profunda preocupación por las relaciones espaciales que se establecen entre el objeto observado y la mirada observadora, además de un interés por desconcertar al visitante que evoca a las figuras hiperrealistas del australiano Ron Mueck.
Si bien, ciertas cuestiones parecen inalterables, sí que se denota una evolución en la intencionalidad velada de sus piezas. La mordaz crítica política que destacaba en sus antiguos trabajos, adquiere ahora –en palabras de Pulido- un carácter más poético, aunque no por ello menos comprometido. Por eso, la muestra comienza contando una historia, una historia a modo de fábula para niños: la de la hormiga que encontró a una libélula y no avisó a nadie. Sin embargo, al igual que Maeterlinck, Pulido ahonda en el mundo natural para averiguar las miserias del hombre. Así, como ocurría en `Pares anónimos´ o `Enanitos de jardín´, lo representado, lo matérico, nunca es lo que parece ser, si no que se transforma en alusiones indirectas a realidades más complejas. Por ello, solo cabe preguntarnos sobre el significado de estos insectos voladores, bellos y frágiles, pero a su vez feroces depredadores, solitarios y competitivos. Quizás ahí esté la moraleja, como en la Acherontia atropos de Buñuel, para quien quiera escucharla.