«Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso ligero…» describía Marinetti en su Manifiesto Futurista (1908), una proclamación que actualmente podemos considerar desacertada en algunos aspectos (glorificaba la guerra, despreciaba a la mujer, etc.) y que sin embargo, retrata a la perfección el espíritu arrebatado de la época. Los avances científicos y técnicos que se habían desarrollado a finales del siglo XIX comenzaron a democratizarse a principios del siglo XX, lo cual cambió por completo la cotidianidad de la población europea y transformó radicalmente su visión de la naturaleza. La electricidad, el cinematógrafo y los primeros automóviles estaban poniendo de manifiesto un tipo de movimiento desconocido hasta entonces: el movimiento instantáneo, simultáneo y acelerado. Algunos artistas acogieron esta nueva realidad con los brazos abiertos pues les permitía, por un lado, romper el estatismo clásico abriendo las puertas de la experimentación, y por otro, defender unos ideales modernos que se oponían a la trayectoria social, histórica e ideológica de la Europa decimonónica.
Aunque el núcleo expositivo de `Movimientos y Secuencias´ está constituido por los dibujos y grabados que Pablo Picasso realizó entre 1906 y 1925, el propio valor de la obra picassiana aumenta y se complementa increíblemente al dialogar con creaciones coetáneas de otros artistas como María Blanchard o George Braque; textos de Apollinaire o Gómez de la Serna; los estudios fotográficos de movimiento del Doctor Marey y otros elementos clave de la cultura del momento como el cinematógrafo. José Lebrero, comisario de la exhibición, ha apostado por una tipología expositiva donde lo antropológico y lo artístico se conjugan para acercar al espectador un contexto muy concreto: la Europa que vio nacer las primeras vanguardias, años de investigación y rebeldía que constituyeron un hito histórico. En esa ambientación resulta fundamental la presencia de la escultura primitiva. Las máscaras africanas eran un constructo diferenciado en partes y unificado mediante formas que no reposaban en valores visuales. Éstas daban pistas para proyectar una pintura que garantizara una presencia -del cuerpo o de un objeto- sin caer en el ilusionismo. Además, ofrecían la posibilidad de construir un objeto sin someterlo a un único punto de vista. Su cualidad conceptual facilitaba su descomposición, lo que en definitiva, es la base del Cubismo. La mirada cubista es una mirada diferente a la del ojo inmóvil, no tiene en cuenta la perspectiva ni su larga tradición académica. No se pinta en profundidad, sino que sus formas se descomponen en formas geométricas y se aplanan hasta quedar reducidas a la superficie del cuadro. Esa es la función de las facetas y la esencia de muchas de estas obras.
Las indagaciones que realizó el Cubismo se expanden tiempo y espacio, conectando con otras prácticas como la fotografía o el cine. No es de extrañar que el joven fotógrafo Paul Strand se interesase por la fotografía abstracta al conocer la obra de Picasso en la galería neoyorquina 291, o que Hans Richter centrase su producción cinematográfica en la relación que se establece entre las formas y el movimiento. Como indicaba el propio Richter todo el arte moderno estaba girando en torno a conceptos directamente relacionados con el medio cinematográfico: la dinámica del movimiento, la forma, el color, la simultaneidad, etc., temas que ya habían sido tratados por los cubistas, los futuristas, y años antes por el propio Paul Cézanne.