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SERGIO LARRAÍN, LECCIONES DESDE LOS ANDES
por Ismael Ábrego Publicado el 08 de Febrero de 2016

SERGIO LARRAÍN > Vagabundeos

Centro José Guerrero - Granada
Hasta el 27 de Marzo de 2016

Existe una palabra en alemán que no tiene equivalente alguno en español, es el término Wanderlust, proviene de la unión de wandern -caminar- y lust -deseo-; y vendría a significar algo así como “un fuerte deseo de recorrer y explorar el mundo”. Es el tipo de sentimiento que suele albergar un corazón joven -sin importar su edad-, la preservación hasta la edad adulta de la capacidad infantil de maravillarse y sentir una curiosidad infinita ante el mundo. Este caminante es el sujeto romántico por excelencia, la sed de vida que padece sólo puede entenderse dentro del horizonte de la infranqueable mortalidad, que no hace sino acrecentar su amor por la misma y su compasión por los seres que en ella existen. No es apresurado ni excesivo decir que Sergio Larraín (Santiago de Chile, 1931 - Ovalle, Chile, 2012) era una de estas personas; A través del objetivo de su Leica capturó la vida como la vió; arrebatándola, en toda su belleza y crueldad, de la temporalidad que le es intrínseca.

Larraín nació en una familia bien de Santiago de Chile, su padre, decano de arquitectura, era también autor modernista, coleccionista de obras de arte y fundador del Museo Chileno de Arte Precolombino. Con dieciocho años lo mandaron a California a estudiar ingeniería forestal, allí decidió dejar los estudios y dedicarse al vagabundeo, para no depender del sueldo paterno se puso a trabajar lavando platos y con su primera paga, se compró lo primero que se encontró en su camino que le llamó la atención, una cámara Leica IIIc. Se trasladó a Michigan a estudiar fotografía, para posteriormente pasar un tiempo viajando por Europa y el oriente, viaje que sería para él la mejor escuela que pudiera encontrar. Aprendería a afinar su mirada, a estar presente y parar el tiempo, atento y sensible a cuanto ocurriera a su alrededor. Su fotografía es directa, austera pero cautivadora, cargada de una atmósfera de lectura lenta, acentuada a veces por algún destello de poesía punzante. Las composiciones son dinámicas, informales, nunca encorsetadas por ningún canon más que el que impone el propio ritmo de la imagen. El fotógrafo se mimetiza con su entorno, deja de existir para los ojos de quienes le rodean y de esa manera es capaz de capturar su intimidad y ensimismamiento sin necesidad de trampantojo alguno. Suya es la poética del instante decisivo, -tan importante a mediados del siglo XX- pero a diferencia de Bresson -más embelesado por la alegría de lo cotidiano-, Larraín tomaría un camino de compromiso y denuncia social: la belleza existe, pero está entreverada de injusticia y esto también tiene que ser señalado.

A partir de mediados de los cincuenta se instala en Valparaíso (Chile) donde a petición de una organización local comienza a fotografiar con gran sensibilidad a los niños que allí vivían en la calle; este trabajo le valdría el reconocimiento del MoMa de Nueva York, que compraría algunas obras y significaría el comienzo de su meteórica carrera. Su siguiente parada sería Londres, donde llegaría como invitado por el British Council para retratar la vida de la ciudad en 1959, en unos momentos de gran efervescencia y dinamismo cultural. Dada la calidad del trabajo que allí realizó, Cartier Bresson lo invita a ingresar en la agencia Magnum, no sin antes ponerlo a prueba: debía viajar al sur de Italia, a Sicilia, y retratar a un peligroso capo mafioso del que no se tenía ninguna imagen; no sólo lograría esto, si no que llegaría a ser uno más de su familia -hecho, por cierto, el de humanizarlos en exceso, del que después se arrepentirá-. Esta hazaña le valdría entrar -a sus treinta años- en la agencia de fotografía más prestigiosa del momento, ahora tendría la puerta abierta para viajar por todo el mundo, publicar en Life, Paris Match y The New York Times, o entrevistar a Julio Cortázar y Pablo Neruda, el sueño profesional de cualquier fotógrafo.

A finales de la década de los sesenta todo esto se termina de forma tajante. Larraín, de la misma forma en que se embarcara en la aventura comprándose su primera cámara, decide terminarlo todo. Retira sus negativos de los archivos de Magnum para destruirlos, no quiere dejar huellas; lo que capturó como fenómeno fugaz debe volver a su estado original y desaparecer. El camino y la errancia iban a continuar para él, pero no en este mundo si no por los tortuosos senderos de ese otro mundo interior. Se retiraba a la cordillera de los Andes, a estudiar el misticismo oriental, escribir, dibujar, pintar, enseñar yoga y difundir el ecologismo. En última instancia, este es su mayor testimonio de vida: la afirmación de la sinceridad y la entrega a la llamada de la propia vocación, más allá de luchas de egos y discursos mediatizados, por encima del arte están los principios.

Por suerte para nosotros y la posteridad no conseguiría su propósito, Bresson lo convence prometiéndole que no se harían exposiciones con su archivo, por otro lado, el fotógrafo Josef Koudelka admiraba tanto su obra que tenía copias de cientos de fotos del chileno, colaborando así en su conservación. Este patrimonio salvado de su autor es el que compone la exposición retrospectiva comisariada por Agnès Sire, directora artística de Magnum, de la fundación Henri Cartier-Bresson y amiga personal de Larraín -mantuvo con él durante los años de su retiro una correspondencia constante de centenares de cartas-. La exposición, -de marcado carácter museístico, es decir, que no plantea ningún tipo de discurso más allá del puramente pedagógico- recorre toda su producción, desde los primeros trabajos en la isla de Chiloé, las calles de Santiago y Valparaíso en la planta baja, a Italia, Londres o París a medida que ascendemos. Así mismo, en la planta alta, se incluyen algunos de los dibujos que realizara en sus últimos años, revistas, cartas y  -especialmente interesante- se ha puesto a disposición del visitante un libro, de reciente y cuidada edición, presentado en el Festival de la fotografía de Arles de 2013, con más de cuatrocientas fotos, textos y correspondencia personal que suponen en conjunto una lección maestra de fotografía y sensibilidad.

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PRESENTE CONTINUO - Sevilla (España) - 2015 - ISSN 2444-5231
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